Leo
El italiano y no me sorprendo. Con un estilo depurado de viejo marinero,
Pérez-Reverte nos cuenta la misma historia de siempre, sólo que en un lugar y
un tiempo distintos. La historia de hombres duros en momentos duros, de mujeres
con aún más huevos que ellos, del significado de la palabra patriotismo, de la
hermandad…
La
novela nos sitúa en mitad de la Segunda Guerra Mundial; localización, la
frontera entre Gibraltar y La Línea. El grupo Orsa Maggiore, compuesto por
buzos de toda Italia, sabotea barcos enemigos en la bahía de Algeciras,
operando en las noches más oscuras. Tras un accidente en una de estas misiones,
el joven Teseo Lombardo es encontrado inconsciente por Elena —o Penélope—, una
librera que vive cerca de la playa. A partir de entonces la mujer quedará
enamorada de él, y tras repasar su trágico pasado decide ayudarlo,
convirtiéndose entonces en una suerte de informante con las autoridades
británicas siempre tras sus pasos.
Hasta
aquí, bien. El libro, de casi cuatrocientas páginas, pretende rescatar este
episodio de retaguardia que, aunque influyente en el desarrollo de los
acontecimientos, no es muy conocido; y, de paso, limpiar un poco el mal nombre
de los italianos que combatieron, alegando que en todos los bandos había gente
capaz, solo es cuestión de buscar bajo el agua.
Sin
embargo, mientras lo voy leyendo tengo la sensación de que Pérez-Reverte anda
un poco perdido, al menos durante la primera mitad de la novela. Quizás por eso
mete a presión los episodios metaliterarios y de investigación, en los que el
narrador —en una entrevista el escritor negó que se tratase de él mismo— nos
cuenta cómo reunió el material para escribir la historia, qué libros había
consultado y con quién había mantenido conversaciones acerca de los
acontecimientos de aquellos días. Si bien es cierto que la documentación es
impecable —de hecho esta es una de las razones por la que me gustan tanto sus
novelas, porque suele mezclar a la perfección realidad con ficción—, estas
páginas resultan un poco pesadas.
Además,
hay otra cosa que me chirría. La historia de amor entre los protagonistas. Por
mucho que en la portada nos lo vendan como el tema principal, y pese a los
esfuerzos de Pérez-Reverte por compararla con el amor de los héroes clásicos,
no me acaba de convencer. Es lenta y muy forzada su relación; igual sea eso por
lo que en los episodios dedicados a ella, los diálogos estén interrumpidos
continuamente por descripciones que nada aclaran ni nada añaden, es decir, por
pausas superfluas.
Estas
dos cosas son las que me hacen pensar que la historia que el novelista nos
quiere contar no da para tanto. Tiene más oficio que fuerza. O al menos, como
ya he dicho, durante la primera mitad, pues durante la segunda mucho de lo que
entorpece el texto —sobre todo los fragmentos metaliterarios— desaparece,
dejando paso a la trama en sí.
Pese
a todo, El italiano es una buena novela, y deja de contar. Se nota unas
manos curtidas en esto de escribir y navegar. La narrativa del escritor, por
cada libro que pasa, se va volviendo más eficaz y más cercana al cine. Me
gustaría destacar tres cosas: las primeras dos, los personajes de Squarcialupo
y Campello; la tercera, la última salida de los hombres de la Reggia Marina,
simplemente sublime.
Arturo
Pérez-Reverte deja claro —otra vez— que nadie es tan bueno ni nadie tan malo,
que a él le van las personas duras, las que se sacrifican por una causa
verdadera y no por ideales vagos o impuestos. Las que hacen ruido sin hablar
muy alto. Una novela con sus más y sus menos, a la que le cuesta arrancar pero
que poco a poco va enganchando. Hay amor, hay guerra, hay mar y hay thriller.
Prefiero
sus dos anteriores, Sidi y Línea de fuego, pero he pasado un buen
rato.